¿Es el psicoanálisis machista?

Apuntes feministas en torno a la sexualidad femenina

Autores/as

  • Sol Rodríguez Universidad Nacional de Mar del Plata

Palabras clave:

psicoanálisis, estudios de género, sexualidad femenina

Resumen

El presente trabajo tiene como objetivo situar algunas coordenadas esenciales a la hora de responder a la pregunta “¿es el psicoanálisis machista?”. El mismo se enmarca en una investigación mayor denominada “Sobre la sexualidad femenina: Aportes desde el psicoanálisis feminista de Juliet Mitchell y Luce Irigaray”,  producto de una beca de investigación. El interrogante del título surge como disparador para dar lugar a posibles respuestas a partir de los aportes de estas autoras.

Juliet Mitchell, en su obra Psicoanálisis y feminismo  (1976) es la primera en señalar que el psicoanálisis es crucial para el proyecto del feminismo. Allí sostiene: “(...) el psicoanálisis no constituye una recomendación para una sociedad patriarcal, sino análisis de la misma. Si estamos interesados en comprender y rechazar la opresión de la mujer, no podemos permitirnos el lujo de subestimarlo” (9). Según la autora,  Sigmund Freud en su teoría no prescribe una idea normativa de lo que es ser mujer sino que explica cómo es ser mujer en nuestra cultura, qué movimientos psicológicos requiere.

Por otra parte, Luce Irigaray en su obra Espéculo de la otra  mujer (1978), hace una dura crítica al padre del psicoanálisis. Allí la autora plantea que el problema de Freud fue recurrir a una economía de la representación hecha a partir de valores determinados por sujetos masculinos sin criticarla. En este marco, lo femenino ha de descifrarse, según Irigaray (1978), en función de las necesidades de reproducción de una moneda teñida de sentido fálico, convirtiéndose así la mujer en el “otro” del hombre. Estaría así sometida a una lógica de la representación fálica donde lo propiamente femenino quedaría censurado, reapareciendo solamente bajo la forma prescrita del tener/no tener, fálico/castrado, más/menos, representable/continente negro.

Ahora bien, ensayando posibles respuestas a la pregunta inicial, aparece una cuestión: si bien fecunda y disparadora, ¿nos sirve la primera pregunta? Resulta importante, sin duda, pero a la hora de ver adónde nos lleva surge el peligro de una respuesta esencialista, como si de quitar un velo al psicoanálisis se tratara, para ver cuál es esa verdad que hay detrás: ¿machista o feminista?, ¿o, quizás, una “teoría feminista frustrada”, como plantea Gayle Rubin (1986)? Cualquier respuesta tiene efectos de cristalización que resultan indeseables.

Por otra parte, más allá de la respuesta que ensayemos ante la pregunta inicial, como señala Mitchell, el feminismo o los estudios de género no deberían subestimar al psicoanálisis, ya que es la única teoría que puede ayudarnos a entender cómo funciona el patriarcado, comprensión necesaria si se lo quiere superar.

Mitchell plantea que muchas veces las voces feministas no se alzan contra los descubrimientos de Freud sino que más bien se trata de un cuestionamiento “moral” a sus planteos. Un ejemplo clásico son las críticas dirigidas al concepto de envidia del pene. Y es que, si lo pensamos más allá de lo que sería deseable o políticamente correcto, ¿no es plausible pensar que en este mundo patriarcal una gran parte de las mujeres hayan deseado en la época de Freud, o incluso hoy, ser hombres? Por eso, el problema no reside en el descubrimiento freudiano sino en su performatividad, es decir, cuando la teoría pasa de describir la vida psíquica de la mujer a reforzar un lugar de inferioridad asignado a la misma.

Ahora bien, como señala Rubin (1986), en la misma línea que Mitchell, la teoría psicoanalítica como descripción del proceso de subordinación que impone la cultura fálica sobre las mujeres no tiene igual. Entonces, más allá de las tergiversaciones y efectos nocivos que hayan podido surgir de algunas teorizaciones, hay mucho en ella que rescatar.

A partir de la teorización psicoanalítica de la sexualidad femenina podemos extraer preguntas muy importantes para trabajar, tales como: ¿cómo reconciliarnos con nuestra feminidad?, ¿cómo ser mujeres heterosexuales sin pasar por el odio a nuestras madres?, ¿cómo sentirnos mujeres “plenas” sin la necesidad de tener un hijo?, ¿cómo compatibilizar apropiadamente nuestros roles como madre y pareja sexual?, ¿cómo adoptar un papel activo en nuestras vidas sin masculinizarnos?

No son preguntas sencillas, requieren que pensemos como analistas pero también como mujeres. Si las esquivamos, solo habremos demorado un peaje inevitable. Ya lo señala Mitchell: “Pensar que esto no debiera ser así no exige fingir que ya no lo es. Por el contrario, una vez más necesitamos el pesimismo del intelecto y el optimismo de la voluntad” (1976: 369). Queremos dejar nuestra opresión como mujeres atrás, y esa es la gran diferencia de los tiempos que corren con los anteriores pero, antes de que eso ocurra, necesitamos un importante trabajo de elaboración acerca de estas problemáticas femeninas.

Citas

Irigaray, L. (1978). Espéculo de la otra mujer. Madrid: Saltés.

Mitchell, J. (1976). Psicoanálisis y Feminismo. Barcelona: Anagrama.

Rubin, G. (1986). El tráfico de mujeres: notas sobre la “economía política" del sexo. Nueva antropología, 8(30), 95-145.

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Publicado

2020-03-20